Capítulo I Soy Fuerte 1ª parte




Era más espigado que sus compañeros de clase, así que nadie se metía con él, o al menos eso pensaba. Tenía nueve años y su vida era fácil. Él no se daba cuenta, tampoco hubiera entendido el porqué, ni se lo planteaba. Pensaba que su vida era normal, no tenía comparación, de casa al colegio, del colegio a casa. Así lo veía, todas las semanas y en las vacaciones, nada excepcional, a veces iban al campo y otras de viaje a la playa o a Estados Unidos. Pero ni su vivienda era la normal en México, y sólo a unos pocos niños de su ciudad los acercaba un chófer a un colegio privado o iban al extranjero de vacaciones.


Esa tarde hacía algo de calor y amenazaba tormenta, como dentro de la mente del chico. Era orgulloso y no le gustaba llevar una nota a su padre, nunca antes lo había hecho. No sabía qué letras llevaba la tarjeta de su tutor aunque en su cara y sus puños iban escritas otras que eran más elocuentes. Esperaba fuera del despacho de su padre, quien estaba avisado. En silencio le había entregado el sobre a quien sin hablar lo había recibido y encerrado en su habitación. Al oír los goznes de la puerta se puso de pie aunque no tenía ganas. Sencillamente había hecho lo que tenía que hacer. Avanzó cabizbajo cuando su padre le llamó, pero nada más entrar en la habitación levantó la cara, mirando de frente a su progenitor. Llevaba un ojo morado y varios arañazos que delataban sus actos. Sin mediar más palabra, su padre severo, le dijo:


-"A ver, cuéntame qué pasó"


Empezó su relato, le contó que unos chicos de un curso superior habían empezado a molestar a dos niños de segundo curso, le querían quitar el dulce de cajeta que llevaba uno de ellos. Él pidió a los abusones que dejasen a los chicos, ellos no lo hicieron y después de la discusión llegaron las manos y de ahí pasaron a los puños.


-"Sabes hijo mío, aunque el motivo de la pelea sea honorable, no puedo dejar de castigar tu comportamiento", el niño orgulloso no movió un músculo, "no iremos a Florida estas vacaciones". El chico no abrió la boca, su protesta se quedó en su mente, "puedes irte".


En silencio el niño se fue dolido por la injusticia, pues había hecho lo que tenía que hacer: "Proteger al débil", como siempre le decía su abuelo, "eso es lo que el fuerte debe hacer". Y él era fuerte a sus nueve años, y lo fue a los doce cuando cruzó solo el Atlántico camino del internado y a los dieciocho cuando dijo que no estudiaría lo que todo el mundo esperaba que debía hacer. Él era fuerte, su padre lo sabía, no sólo era consciente, sino que por esto y por muchas otras cosas estaba orgulloso de su único hijo.


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